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La bondad

  • fran4933
  • 23 sept 2024
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 29 sept 2024

La esencia misma de la bondad no admite en sus dominios ni en sus actividades la coerción; la bondad no aprendió nunca en su tiempo eterno a subyugar y de esa ignorancia innata nace la posibilidad de la libertad, la emancipación y la maldad.


Pero la emancipación es necesaria para las manifestaciones materiales de las actividades que sí pertenecen a la bondad; la estética, el amor, el florecimiento, el fruto, la risa, el baile y el juego.


La bondad sin emancipación, hermética y cerrada en sí misma, es un escotoma: divinidad pura sin experiencia corpórea. Una vivencia inasequible a la narración o al concepto, o a la humanidad. Una “singularidad”, como llaman los cosmólogos, pero espiritual.


Conocemos el mundo a través de estas mónadas de la bondad y por ende pintado en un lienzo poluto. Inhalamos y exhalamos aliento nuninoso hacia una atmósfera saturada de maleficiencia, y de esa combustión nace el universo perceptible, boceteado lamentablemente con ese negro carbonizado. Un pecado original.


Pero nacemos del agua de la bondad y por ende retenemos en nuestra sangre los minerales y cristales preciosos que de ella son parte. Podemos, si nos depuramos de impurezas, apreciar el fulgor inclemente que irradian, y a través de esta luz interna propia, nuestras pupilas paradójicamente se dilatan, dejando fluir hacia nuestro corazón mucho más del caudal lumínico que brota de todo espíritu viviente. Por un instante vemos todo nuestro alrededor transformarse en un coral policromo y variopinto, dotado de una fosforescencia espectral indescriptible y nos sentimos ingrávidos, como flotando en aguas fragantes de una mansedumbre pura y virgen.


Tenemos por un exquisito momento, la epifanía de ese insondable escotoma. El boceto universal purificado de cualquier rastro de hollín. A esa “singularidad” de nuestro origen somos fugazmente re-ligados: la gracia de un paroxismo re-ligioso.

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