El sol, el ocaso y la luna
- fran4933
- 30 jul 2024
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 16 ene
La exaltación de la ira como emoción noble es lo que aparece en la literatura antigua de forma concomitante con la proliferación de las mitologías que ensalzan a un Dios solar. Es la ira divina la que mueve al héroe de la epopeya griega; lo incita a individualizarse, a triunfar con sus acciones sobre la adversidad. La ira divina (como el fuego solar) promueve así la intensificación del ego, como explica bien Jean Gebser y que se ejemplifica muy claramente con el personaje de Odiseo en el helenismo y con Moisés en el judaísmo. En la mitología representaría a Prometeo robando el fuego y permitiendo el desarrollo del humano a su máxima potencialidad.
Pero hay un elemento adicional que participa de esta relación entre hombre e ira y se descubre mediante un análisis lingüístico riguroso: la mente pensante. La palabra “mental” toma su origen de la raíz sánscrita ma que origina los derivados man, mat, me, men. Se utilizan en la construcción de las palabras griegas “menis” (ira, coraje), “menos” (poder, enojo) y la palabra latina “mens” (pensamiento, entendimiento, mentalidad). Y a partir de estas derivan en sánscrito “manu” (hombre, pensador, medidor), “humanus” en latin, “man” (hombre) y “matter” (materia) en inglés.
La raíz está también presenta en la madre de la diosa de la guerra y la inteligencia (Metis, la madre de Atenea) que además nace de la cabeza de Zeus, dando su connotación de la mentalidad racional-cerebral. Y por supuesto en el personaje que nombramos al inicio: Prometeo.
La ira pensante masculina es lo que denotan muchas palabras y mitos derivados de esta raíz ma-me. De esta ira pensante surge el ego racional, el héroe que es premiado con poder. Tenemos como resultado el hombre calculador que piensa con ira y conquista un mundo material. El hombre como medida de todas las cosas. El hombre que dirige sus acciones hacia un propósito por el cual es glorificado.
Esta cultura de la razón cuya patrona es Atenea florece en todo su esplendor en la figura de Sócrates que promulga: “Solo el que sabe es virtuoso”. E inicia con él una racionalización y axiomatización del mundo que alcanza un gran desarrollo en Euclides, donde el tono místico de la geometría pitagórica se pierde para concebir la matemática como una obra de la razón, un intento que continúa incluso hasta el siglo XX con el formalismo de David Hilbert y el logicismo de Bertrand Russell. Todos representan al hombre racional elevado al máximo; es esta filosofía llamada analítica que domina aún gran parte de la actividad intelectual y la consciencia humana y que es solo una continuación de la cultura socrática ateniense.
De la misma forma, en la antigüedad griega, las tragedias de los poetas Sófocles y Esquilo pasaron de ser experiencias místicas a convertirse en epopeyas dramatizadas con el poeta Eurípides, quien se dice era aconsejado en su arte justamente por Sócrates. Con esta transición, el aspecto mitológico de la experiencia derivado de los misterios dionisíacos se pierde y el acento de lo representado estaba más en "aquellas grandes escenas retórico-líricas en las que la pasión y la dialéctica del héroe principal se hincha hasta convertirse en un ancho y poderoso fluir”. Es decir, el acento está en el ego victorioso y no en la vivencia extática. Es por esto que Nietzsche considera a Eurípides "el poeta del socratismo estético", al mismo tiempo que considera a Sócrates el “no místico” específico, en el que "la naturaleza lógica se ha desarrollado de forma excesiva por superfetación, como en el místico lo hizo aquella sabiduría instintiva”.
En los dramas representados por Eurípides el héroe es guiado por la razón para alcanzar sus hazañas y por esto es el único poeta que Sócrates rescataba. La obra de los poetas trágicos anteriores que prescindían del aspecto racional le parecía que no decían la verdad y por esto les exigía incluso a sus discípulos abstenerse de este arte.
En esta figura de Sócrates nace esta tensión entre la inspiración artística y la ciencia axiomática. A partir de Sócrates y Eurípides el héroe es virtuoso porque es dialéctico, lógico y racional. Se resume en la máxima socrática: “La virtud es saber, solo se peca por ignorancia; el virtuoso es feliz”
Las fórmulas socráticas de lógica, retórica y argumentación racional alcanzan un alto grado de desarrollo en Aristóteles. Con la diferencia de que la enseñanza aristotélica ya no va a ir dirigida a un poeta para la adecuada construcción de una epopeya dramatizada sino a Alejandro Magno. Con esto la figura del héroe racional conquistador se vuelve una realidad, creando uno de los imperios más grandes de la historia.
Es así entonces como el ser humano acuerpado con el arma de la razón alcanza su máxima conquista sobre la materia. Vence el mito y se adueña del espacio. Algo que la sabiduría mitológica ya tenía representado en la muerte de Tifón por Zeus y de Leviatán por Yahvé. El hombre que vence la oscuridad, las criaturas extraterrestres del mundo subterráneo. De ahora en adelante solo tiene fe en esa claridad del pensar que le da su consciencia racional. De ahora en adelante Atenea es su patrona y esta mentalidad ateniense nos domina hasta la actualidad. Una mentalidad además que significó la muerte de todas las culturas precolombinas, gracias a nuestros héroes conquistadores Cristóbal Colón, Hernán Cortés y Francisco Pizarro.
Quien no puede ver en la figura de: “hombre con ira que vence cualquier cosa con tal de alcanzar un objetivo” los miles de problemas de la sociedad actual y quien no puede ver esa unión inseparable de la razón con el poder, de la guerra con la ciencia, está ignorando activamente una evidencia contundente.
La negación de la oscuridad mitológica, de la consciencia prerracional o subconsciente ha sido una real tragedia para la vida humana. Somos individuos solo racionales y por ende ciegos ante una dimensión profunda de la realidad.
Esta fórmula griega de individuo racional es la consciencia solar; la iluminación que conduce al nacimiento del Siglo de las Luces, la Ilustración. En Descartes se ejemplifica nuevamente esta fórmula de distinción y claridad en el pensamiento como el criterio de verdad. La certeza la otorga ahora la geometría analítica y aquello que no pueda atravesar ese tamiz no es verdadero. Representa Descartes nuevamente una intensificación de la racionalidad como principio regidor de la consciencia. Y en el arte alcanza su cenit con el nacimiento de la perspectiva; la representación precisa del espacio tridimensional.
La consciencia solar, la claridad extrema y nítida, ilumina el mundo material como el sol de mediodía resplandece sobre una tierra desprovista de nubes. Permite la vida cotidiana del trabajo, la vida utilitaria enfocada en mantener el cuerpo vivo, en comer y reproducirnos. La vida del Homo faber de Hannah Arendt. Y cuando se vuelve patológico promueve el surgimiento del ego obsesionado con brillar.
Pero cuando la claridad extrema disminuye su intensidad empieza la imprecisión en la visión, pero aumenta la profundidad de la experiencia estética, iniciando con el ocaso multicolor y finalizando con la luna llena y las estrellas. Es la hora de la fiesta y la comunión con los demás. La pérdida del sol de mediodía da paso a una vivencia emocional más profunda, aunque mucho más imprecisa en las apariencias. La luz de mediodía no emociona a nadie, pues encandila y aturde; pero todos ser humano siente afición por detenerse a contemplar el horizonte multicolor del atardecer o la noche estrellada. Vemos figuras en las nubes y en las estrellas; observamos el sol autoinmolándose detrás de la montaña; imaginamos conejos en la luna y espíritus divagando en el bosque, las montañas y las profundidades del mar. El individuo comienza a ser dominado por las emociones y por la imaginación conforme la claridad va perdiendo terreno. Pero lo que pierde en precisión racional lo gana en irracionalidad placentera. Su consciencia ahora es lunar.
El principio lunar no es claridad pura sino reflejo, tal como la luna refleja la luz del sol y el mar refleja la luna. La luna y el agua son las divinidades de la embriaguez, la humedad y la fertilidad. Son por supuesto Dionisio, Osiris, Adonis y Jesucristo, todos asociados al éxtasis, al “fuera de sí”.
Imitando los sonidos del bosque nocturno, escuchando la voz del viento susurrando entre las ramas y sintiendo la resonancia de miles de corazones palpitando juntos aprendieron nuestros antepasados la melodía y el ritmo y consecuentemente a bailar y cantar en la noche; titilando juntos como la estrellas con el único propósito del disfrute; con el único objetivo de reflejar la naturaleza que los atravesaba con sus millones de sonidos y percusiones. La consciencia lunar nos permite entonces bailar con la vida, crear música y dioses en las estrellas. Crear mitos y dramatizarlos por un momento. Entrar en los estados dionisíacos y ser por un momento una comunidad y no un yo.
Con esta consciencia se percibe la sabiduría de la naturaleza en todo su esplendor; aquella que permite ver la inmensidad del universo que rodea nuestra pequeña porción de tierra. Y participando nosotros de ella salimos de igual forma de nuestras fronteras y vemos toda la galaxia reflejada en nosotros; la vía láctea, la espiral primordial. Somos por un momento el cosmos y devienen emociones inefables.
Porque todas las emociones que podemos dar nombre son usualmente ego-emparentadas. Y todas las que no sabemos cómo describir son supra-egocéntricas. Como estas últimas no las experimenta la consciencia solar no son claras ni precisas. Son difusas, esquivas al entendimiento conceptual, pero indudablemente más apetecibles a nuestro ser.
El absurdo de la vida es que nuestro ser dominado por la consciencia solar divaga en la cotidianidad buscando la luna, que solo podrá encontrar cuando desista en su intento de iluminar todo con precisión. Cuando disminuya la intensidad de su existencia individual saldrá a encontrarlo la luna de forma espontánea y verá que es solo una estrella más entre millones. Verá que la vida recorre cada una de estas estrellas y lo alcanza a él con tanta fuerza como para dejarlo sin habla. Ante esto solo podrá pensar: qué misteriosa y profunda es la vida que todo lo une mediante esta corriente de emociones tan significativas. Y ahí el sentido de su vida se le cristalizará en el acto.
Los fenómenos estéticos más importantes y la intensificación de la facultad creativa-imaginativa requieren entonces la disminución de la energía solar para que se asome la oscuridad y germine el contraste. En el contraste está la armonía sanadora. Somos una porción de luz y una porción de oscuridad y es nuestro deber rescatar constantemente esa gota de oscuridad que embalsama las almas calcinadas.
La pérdida del principio solar propicia entonces el florecimiento estético y genera la sensación de wholeness. Una palabra que dicho sea de paso puede rastrearse en la raíz indogermánica kēl que origina también las palabras “holy” (santo) y “heal” (sanar); básicamente una raíz lingüística que expresa la máxima apodíctica: en la reunión con el uno se encuentra lo sagrado y la sanación. Aquel por el contrario que se atasca en el principio solar y en su afán de brillar no podrá entonces nunca encontrar su ilimitada creatividad y su vida se mantendrá siempre en la erudición teórica socrática, que es un terreno muy infértil para la realización humana, así como la tierra donde el sol de mediodía resplandece con más fuerza es usualmente desértica. Continuará padeciendo los males de tanta contaminación lumínica, con sus retinas lisiadas de tanto defenderse y sin esperanzas de apoyarse en sus bastones.
Dichosas serán en cambio las consciencias amorosas que vivieron su vida regidos por la estética, haciendo de su vida una obra de arte; esas consciencias románticas podrán sentir el ocaso de su vida con la serenidad de un atardecer en la playa y al detenerse su corazón podrán participar eternamente de la noche estrellada, esa hermosa comunidad de almas piadosas.
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