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La hipótesis de la realidad objetiva

  • fran4933
  • 3 oct 2023
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 5 oct 2023


La existencia de esto fue el debate eterno entre Einstein y Bohr. Finalmente fue Bohr a quién la historia le terminó obsequiando el regalo de la razón. Einstein mantenía que la mecánica cuántica era una teoría incompleta porque implicaba una pérdida de la realidad independiente y objetiva. Y Bohr mantenía que no había tal cosa, que los átomos y las partículas elementales no configuran un mundo de cosas o hechos, solo de posibilidades. La naturaleza última de la materia es una probabilidad de apariencia o de manifestación, no un corpúsculo puntual ubicado en X lugar.



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Tomado de Quántum de Manjit Kumar


Hay una gran dificultad en asimilar que lo que vemos no es exactamente lo que es; que es solo una de las múltiples manifestaciones de lo mucho que puede ser. Pero esa parece ser la naturaleza de la luz, de cualquier radiación electromagnética y de la materia en general. Es variopinta. Su existencia no se agota en su apariencia puntual en el espacio-tiempo. Más bien, esta apariencia definida y estable en el espacio requiere un esfuerzo inmenso por parte del observador, el cual le permite definir bien la trayectoria de la luz o de los electrones; marcar sus puntos en el espacio y de esta forma obtener una imagen de contornos nítidos y definidos, como es nuestra experiencia de la vida diaria.


Pero no es este el modo por default de percibir los fenómenos. A la otra forma me gusta llamarle onírica, porque es muy evidente para nosotros que en los sueños los fenómenos se presentan de forma muy diferente; la precisión visoespacial se pierde, la linealidad del tiempo se distorsiona y los lugares y las personas con gran frecuencia tienen un carácter solo simbólico. Con esto último me refiero a esa experiencia donde veo el rostro de alguien que conozco de mi estado de vigilia, pero en el sueño encarna la personalidad de otra persona; es entonces un símbolo de esta última, quien es en realidad con la cual yo estoy interactuando. Y así sucede con los lugares; estoy en un sitio que sé que es mi casa de la infancia, pero en el sueño, la idea que tengo de mi casa se manifiesta físicamente mediante otra estructura sin que yo pierda el reconocimiento y el sentimiento de familiaridad hacia la misma. Lo que pierdo entonces en la experiencia onírica en precisión espacio-temporal lo gano en percepción simbólica. Así logro saber a lo que me enfrento aunque las apariencias sean erráticas. Mi actuación o desenvolvimiento durante el sueño suele tener mucho sentido, aunque ya en la vigilia pierda rápidamente la comprensión de lo sucedido. La pérdida de la comprensión se manifiesta de forma muy evidente en la dificultad que tenemos de retener los sueños cuando despertamos. Porque solo podemos retener de forma fácil lo que comprendemos, pero inmediatamente al despertar la precisión espacio-temporal opaca la facultad de percepción simbólica, de forma que el sentido empieza a resquebrajarse desde su base, dejándonos solo unos fragmentos groseros y aislados de experiencia, imposibles de acoplar.


Así que dormir no solo implica para el organismo una disminución de la actividad motora, sino también un relajamiento de la percepción espacial exacta. Ceder en la difícil tarea de trazar constante y nítidamente el trayecto de la luz y la materia. Esto es como quien redacta un ensayo científico y debe darle cuerpo a sus ideas con las palabras más acertadas que encuentre. La labor es agotadora, mientras que en las conversaciones más informales solemos abandonar esta precisión y las frases y las palabras se vuelven mucho más imprecisas; el doble sentido inunda este tipo de conversaciones, los conceptos son mucho más simbólicos sin que esto merme el significado y el entendimiento para el grupo. Todo lo contrario; hay una sensación de complicidad entre los participantes que son más afines al mismo lenguaje simbólico y polivalente de significado.


Queda claro que la comprensión del mundo y de la realidad no está sujeta incondicionalmente a la articulación perfecta de la idea con la manifestación objetiva de la idea. Lo que sí permite esto es el desarrollo de lenguajes técnicos, que son en última instancia, operativos. Optimizan la manipulación de la naturaleza, los objetos y el entorno.


Pero nuestra vida no es solo motriz-operativa. Tiene una contraparte emocional que usualmente es la que tiene el monopolio sobre la atención del individuo en su día a día. Cuando se habla sobre esta otra esfera, la idea nunca puede encarnarse a la manifestación de la idea, porque simplemente no hay una manifestación específica, ni un objeto concreto al cual anclarse. Se debe recurrir al lenguaje metafórico, que no es otra cosa que el lenguaje simbólico-onírico. Aquí el vínculo entre la idea y su manifestación es solo una correlación aproximada de forma, textura, sonido, interacción o movimiento. Y si en la experiencia onírica no nos sentimos tan perdidos como cuando la recordamos, sugiere que estas correlaciones simbólicas se nos antojan más fáciles y las observamos más claramente en este modo de consciencia; transitamos con facilidad sobre carreteras siempre de doble sentido sin colisiones recurrentes de absurdo.


Surge entonces un problema pues nuestras tribulaciones internas de la vigilia requieren un alto expertiz en percepción simbólica para su adecuada expresión, una facultad que lamentablemente solo se nos potencia durante el sueño, creando un abismo inconmensurable entre ambas realidades. Y una adecuada expresión es prerrequisito de cualquier intento de comprensión; y comprender algo no es más que determinar su sentido. Así que, este entrelazamiento laxo y dinámico de correlaciones entre las emociones y el ambiente externo donde se tejen la metáfora y el simbolismo, es la estrategia mas eficaz (y milenaria) para otorgarle sentido a nuestra vida profunda caótica y traer sus misterios a la superficie consciente. A través de ella, el individuo se vuelve parte de un universo más grande que el de su cabeza. Es como si mediante el simbolismo el ambiente nos ayudara a disipar esa nebulosa de contradicciones que nos impiden avanzar más libres y seguros. Pero aunque lo logremos parcialmente en los sueños, al despertar nuevamente la niebla se condensa. Nuestro camino se vuelve una banda de Möbius; un bucle existencial en el cual cometemos recurrentemente los mismos errores sin entender por qué.


Lo importante de notar, sin embargo, es que hay una tendencia en el ser humano a que cuando se relaja, ya sea en el sueño o en los ambientes informales, incrementa su actividad simbólica, sensorial o lingüística. Se libera del yugo de la precisión, que actúa como la presión atmosférica; no la sentimos activamente pero ahí esta y nos fatiga al final del día. Es fácil verlo con el ejemplo del lenguaje, pero el mismo funcionamiento cumplen los sueños; una válvula de escape a la precisión visoespacial de la vigilia.


¿Entonces por qué nuestra experiencia visual cotidiana no es onírica, si parece más liviana? Los inicios de cualquier actividad consciente, como es el caso de los niños, tienen un carácter mucho más onírico, evidenciado en la forma en la que se relacionan con el ambiente; completamente torpes en sus movimientos pero con una interacción con el ambiente proporcionalmente igual de lúdica. Y todo lo que progresivamente van ganando en motora fina y gruesa lo van perdiendo en interacción creativa con lo que los rodea. Para la edad de 7-8 años, su imaginación ha caído de forma significativa. Ya ahora son parte del mundo “objetivo-real”.


Pero tal es el caso también de la humanidad como un todo. Su estado por default de consciencia tiende a ser de carácter onírico. Es la consciencia creativa responsable de los millones de mitos universales, donde lo que se relata no se correlaciona 1:1 con objetos del mundo, pero para la cultura que entiende el simbolismo, su sentido es muy preciso. Es como si vivieran en el sueño o constantemente lo revivieran en sus rituales. Y justamente, expertos lingüísticos como Owen Barfield y Jean Gebser han dado evidencia contundente de que el lenguaje, hasta finales de la edad media, era considerablemente más metafórico que el nuestro, en concordancia con su experiencia de la realidad mucho más onírica-simbólica. La depreciación considerable de la facultad simbólica en favor de la facultad visoespacial ocurrió entre los siglos XIV y XVI, en un trecho iniciado por Francesco Petrarca y asfaltado por Leonardo da Vinci. Una vez inaugurado este camino, entender cualquier relato espiritual se volvió tan difícil como comprender nuestros sueños. Este es el período del surgimiento de la consciencia en perspectiva. Ahora sabemos muy bien manipular la naturaleza, pero nuestra autocomprensión se tornó primitiva.

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