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Las pulsiones humanas

  • fran4933
  • 30 jul 2024
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 16 ago 2024

Pulsión es una concentración de la energía psíquica del individuo que apunta a descargarse toda en una dirección. La intensidad de la pulsión se confirma observando la cantidad de actitudes corporales que están teñidas por esta pulsión, tal como podemos intuir el grado de enamoramiento del individuo al ver cuánto la persona amada domina su cotidianidad y su pensamiento. La pulsión es entonces una embriaguez; una exaltación del animo que atrapa al individuo y le nubla la razón lógica en muchas de sus acciones. Una especie de posesión por un espíritu, que no sería más que un estado emocional profundamente fuerte e inusual.

 

Reconocemos en la pulsión dos matices opuestos; una pulsión erótica y una religiosa. La primera intenta liberarse en movimientos corporales de carácter rítmico y coordinado y la otra intenta derretir la energía cerebral hacia todo el entorno; tomar la masa encefálica y esparcirla en el viento.  A pesar de esta oposición, las dos se reencuentran en el infinito porque apuntan al mismo ideal: la unión con ese “algo” que magnetizó toda la energía vital del individuo mediante una serie de rituales intermediaros que son usualmente muy placenteros para el sujeto.

 

Cuando ese “algo” se deja de experimentar emocionalmente, es decir cuando estas pulsiones disminuyen su intensidad y lo que queda es solo un recuerdo mítico-subconsciente de su existencia, da paso a la formación del concepto de “muerte”. La muerte impresiona ser algo real para el humano y alrededor de ella lo que hay es una leyenda sobre la vida eterna o el eterno retorno. La eternidad es así ese recuerdo mítico que tiene todo ser humano sobre una experiencia de magnetización total del estado anímico descrito al inicio.

 

La pulsión erótica en su máximo esplendor lleva a los rituales llamados “mistéricos” que involucran con frecuencia embriaguez, baile, orgías y sacrificio corporal, de acuerdo con el alcance del estado anímico. En su punto de mayor furor tiene un franco tinte orgásmico. Se acompaña en la mayoría de las veces de música de carácter hipnótico De los rituales mistéricos es evidente que deriva cualquier concepción de nuestra “fiesta” moderna.

 

La pulsión espiritual lleva a rituales compartidos, pero de experiencia más individual donde el sujeto alcanza un estado que denomina “iluminación” y se siente de igual forma poseído por esta luz.  En lugar de música rítmica hipnótica usualmente se prefiere el silencio absoluto. La consecuencia ulterior a la experiencia es la adopción de una actitud llamada religiosa. Con frecuencia se aleja de las instituciones y de los placeres corporales. De ahí en adelante su vida se enfocará en volver a ser abrazado por este resplandor de calidez y serenidad puras. Se convirtió en un “místico”, y un aura de ascetismo y monacato lo rodean para siempre.

 

Pero es claro que el “algo” o, para ponerlo en término matemáticos más modernos, el “atractor” que llama a ambos sujetos es la misma fuente originaria de la vida: aquello que es puro espíritu creativo y su único sentido es materializarse en múltiples formas estéticas por toda la existencia. Los caminos son antagónicos en su eucaristía, pero ambos barcos vislumbran la misma orilla.

 

La pulsión espiritual amputada en intensidad lleva a tribalismo religioso y la pulsión erótica a narcisismo y onanismo; la pérdida progresiva de intensidad logrará que ambas corrientes se encuentren en el centro en la figura tan conocida del falso profeta. Aquel que promete que va a salvarnos a todos pero que si escarbamos bajo su apariencia lo único que hallamos es autoidolatría y egotismo, ni un rastro de luz.  ¿Cómo llegamos a esta figura tan dañina?

 

Se cree que tuvo que existir un tiempo en que el ritual de la pulsión erótica y el de la espiritual no estuvieran separados. Son estos los cultos a la Gran Madre, donde la iluminación no era posible separarla de las practicas corporales orgásmicas y ambas pulsiones estaban apenas desdiferenciadas. La Gran Diosa era usualmente una figura femenina, que con su sabiduría infinita conducía al pueblo a la experimentación más pura de lo infinito, al misterio de la existencia. De esta figura de la Gran Madre deriva la figura chamánica.

 

Pero si la pulsión erótica se disocia de su ideal, si se deja de experimentar la trascendencia a través de la sexualidad (de tinte divino como en el kama Sutra), entonces el placer corporal y lo orgásmico representan un fin en si mismo. Ya no apuntan a nada sagrado detrás de ellos y sobre todo, se va perdiendo la intención de comunión en el acto, que es el fin de toda trascendencia: conectar e intercambiar energía pacíficamente con algo y con todos.

 

Aquellos antepasados que se obsesionaron con este éxtasis del placer corporal completamente desprovisto de cualquier carácter espiritual-fraterno no lograban entender por qué la chamán seguía teniendo tanto poder sobre las practicas sexuales, los rituales y la gente. Ella tenía lo que en él escaseaba: la atención de todos los individuos, algo en exceso placentero para los que tienden al narcisismo por masturbación mental crónica. De ahí en adelante su labor fue desacreditar esa metafísica que profesaba de un mas allá que realmente él no estaba experimentado y por ende la tacha de bruja y a sus prácticas de hechicería demoníaca.  Su objetivo a partir del desprestigio a la gran Diosa era captar la atención y dominar él esa iglesia y esa sexualidad.

 

Y lo logró. No es un misterio que las esferas de alto poder han estado desde siempre relacionadas con la prostitución y las fiestas orgiásticas. Los feligreses se convirtieron en esclavos, soldados o prostitutas. El chamán tenía una iglesia a su alrededor; el falso profeta tiene un ejército. El primero no teme perder nada y por ende no requiere ninguna estrategia de defensa.  El segundo teme perder lo más poderoso que experimenta: él mismo. Anhela con todas sus fuerzas lo que el chamán sí tiene: poder eterno. Y es por esto por lo que siempre irá tras él. Siempre es una amenaza porque además promete algo mucho mejor que la adhesión ciega a las instituciones sociales mediante las que él oprime a todos. Y así Poncio Pilato crucifica a Jesús para regocijarse después en sus bacanales por el gran poder que tiene su palabra.  Con su designio puede matar ese “mas allá”. Es más fuerte entonces que el mismo Dios.

 

Vemos cómo el narcisista extremo es entonces un puro símbolo del chamán. Ahí ya no quedó nada de la verdadera esencia de un verdadero chamán o un auténtico profeta; de aquel que trae noticias justamente del “más allá”, recordándole a todos que el tal “algo” y la eternidad que tanto se transmite de generación a generación no es leyenda y que es más bien la muerte lo que no es del todo real. Y la gente le cree no por sus profecías, visiones o discursos, sino por sus acciones que parecen extraordinarias. Por la vitalidad y resiliencia que irradia, que magnetiza a todas las personas que toca. Parece atravesar la vida enamorado de ella, sin que nada temple en exceso su ánimo como para lograr desenamorarlo ni un cuanto. Como si la radiación de esa iluminación eterna a la que se expone lograra permear de alguna forma todo su ADN y ser así francamente transmitida y percibida por todos los que lo rodean. Mediante esta conmoción emocional que les provoca les da al menos un atisbo y una esperanza de experimentarlo ellos de primera mano. El chamán entonces restaura la fe de un pueblo. Restaura el balance cuando la iglesia se ha secularizado en extremo hasta generar en una sociedad que tiene en la punta unos escasos narcisos.

 

¿Por qué es tan poderosa entonces esta figura de Jesucristo en la psique moderna? Porque después de la erradicación del culto a la Gran Madre, el sacrificio del cuerpo, la entrega total del mismo al ritual de la fiesta, dejó de realizarse, mermando la pulsión erótica en favor de la espiritual. En los ascetas la pulsión erótica se suprime casi que por completo. El sacrificio del cuerpo de Jesús revitaliza lo sagrado de la pulsión erótica, lo cual coincide con sus múltiples alusiones a que el pecado tiene muy poco que ver con la sexualidad o el disfrute de los placeres corporales. Cristo logra así su trascendencia completa en las 2 pulsiones; sabe entregarse totalmente en cuerpo y en alma y su moral es una de amor; es decir, de los peligros de dejar de estar enamorado de la vida y la existencia.

 

En el ascético, la pulsión erótica reprimida lo aleja de lo mundano y por ende no tiene un mensaje revolucionario, ni de cielo en esta tierra. El cree que lo mundano está contaminado en toda su esencia y por ende no puede encontrar la exaltación del ánimo ahí. Jesús en cambio tiene el afán de contrarrestar el ideal del narciso, su discurso es siempre disruptivo sobre las instituciones sociales y las figuras de poder. El mundo está contaminado sí pero tiene remedio, tiene salvación.

 

Jesús es así la armonización perfecta de las dos pulsiones del alma que se sintetizan en el principio afrodisíaco, es decir el amor de Afrodita (la Gran Madre) que brota como consecuencia. Restaura la fe del pueblo y su figura es poderosa porque representa el resurgimiento en la consciencia del chamán auténtico, el caduceo de Hermes, el que sana; es así un auténtico hermafrodita.  No es casualidad entonces la gran cantidad de leyendas de curación milagrosa que tiene a su alrededor.  La fuerza de su figura reside en la claridad con que las dinámicas del “algo” o del “uno” se manifiestan emocionalmente en él y mediante sus acciones conmueve anímicamente a los demás. Con esto vuelven a creer (de facto, no de razón ni por moral) en que este mensaje de amor no es solo una leyenda y que el tal cielo parece ser una experiencia real en vida.

 

El falso profeta por otro lado, lo que aparenta o inspira es la promesa de que es posible la concreción de un ideal de éxtasis a través del egotismo y lo material, que al final siempre termina siendo superfluo. Porque la pasión divina solo se alcanza a rozar mediante el ego cuando este se exalta al máximo, que lo reconocemos en aquellos que quieren controlar el mundo con sus manos y en su nariz no es infrecuente encontrar rastros de cocaína. Es este el ideal profético falso del Zaratustra de Nietzsche. No puede existir un profeta real que no tenga un mensaje de amor y piedad, de anti-individualidad, pues esas son las emociones cuando realmente se experimenta el uno primigenio. Y es muy evidentente cómo este falso profeta caló en la psique alemana, contribuyendo en mayor o menor medida al surgimiento de “líderes” como Hitler.

 

Se aclara con este estudio de las pulsiones la doctrina cristiana de la resurrección de los muertos; de los muertos de ánimo, para que salgan del nihilismo derivado de la opresión de los ególatras y que vean que es aún posible exaltar el animo a tal nivel que la vida se vuelve una apasionante compañera llena de significado a la que nuestra mente adora y no puede dejar de expresarle gratitud. Con Jesucristo recordamos que nosotros somos Paris y que, guiados por la sabiduría y ejemplo de Hermes, lograremos acertadamente escoger a Afrodita como principio vital y nos alejaremos para siempre de la guerrera Atenea y de la vengativa Hera.

 

 

 

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