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Polvo de Estrellas

  • fran4933
  • 30 jul 2024
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 8 ene

Reflexión sobre: Dios es el sentido de la vida.

 

"–Oh tu , que ilustras toda ciencia y arte, ¿quiénes son esos cuya es tal la gloria que de los otros los mantiene aparte?- Y él a mi: -De tu mundo la memoria, que aún resuena, les hace acreedores a esta gracia del cielo tan notoria-" Dante, Divina Comedia

 

El sentido de la vida reside en la capacidad de crearlo, no de encontrarlo. No es una verdad en piedra, es una fábula, un mito. Existe sólo para los ojos con el ánimo de percibirlo. Y aquel que se acostumbra a crearlo desarrolla una peculiar facultad de sospecharlo con facilidad en cualquier esfera de su vida. Su vida deja de ser una serie azarosa e inconexa de sucesos para transformarse progresivamente en una narrativa, una genuina biografía. Esto no es más que una creatividad entrenada, una creatividad que se filtró ya en la cotidianidad. Invade así nuestra rutina e inercia para otorgarle dinamismo y aceleración. De alguna forma nos hace cada vez menos técnicos y más artistas. Ya imaginamos mundos que nadie ve, ya damos frutos de sentido. Somos tierra fértil. Creamos raíces y anclajes. Creamos conexiones y pasajes. Nuestro juego se vuelve enlazar eventos e imágenes que se creían incapaces de encontrarse. Ese acorde que nadie había escuchado, ese paisaje que nadie había mirado, esa hipótesis que nadie había planteado, esa historia que nadie había contado. Y aquel que ha tenido la fortuna de crear sentido podrá confirmar que realmente uno no lo crea; el sentido sale a toparlo a uno de frente. No hay esfuerzo en el acto, se cristaliza y cae bajo su propio peso trascendente. Cae obedeciendo su gravedad mística. Pero no se quiebra pues no llega nunca a impactar el suelo.  No; la idea queda más bien orbitando incesantemente, esperando el siguiente Galileo que tenga el alcance para verla.

 

No hay entonces que buscar incansablemente el sentido porque nunca lo vamos a encontrar. No se le toca la puerta porque no responderá. Se le construye una y él con gusto entrará. De lo contrario caemos en la lógica del uróboro, que busca eternamente algo que ya está en él. Así también el sentido ya está en nosotros, con la única dificultad que percibirlo implica justamente ser nosotros. Ser artesanos de nuestro futuro, no domadores. Esto implica no someter el futuro a nuestro yugo egocéntrico, solo moldearlo por los costados conforme se acerca. Si se lo permitimos, la vida nos conduce no precisamente a donde está nuestro éxito personal pero sí nuestro genio creativo, nuestro Mozart interno. Y aquellos con la osadía y confianza para hacerlo se han vuelto infinitos y su energía irradia el cosmos eternamente.

 

Así que definitivamente somos polvo de estrellas, le debemos todo a esas personas que con su valentía nos han regalado sus mitos, cuentos, poemas y canciones. Somos de esos que con su auténtica luz nos ennoblecieron, formando nuestro carácter y quedando para siempre muy latentes y muy presentes en nuestro ser.

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