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Quien vive en el presente

  • fran4933
  • 30 jul 2024
  • 5 Min. de lectura

Henri Bergson escribió que, al soñar, lo que sucede diferente a la vigila es que la memoria se vuelve más laxa en hacer calzar el estímulo externo que recibe con el registro mnémico que más se le parezca. Se parte aquí de la premisa de que todo ver es ya un recordar, un reconocer. Al soñar la memoria prefiere la imprecisión y la ambigüedad. Reconozco a medias. Hay un hilo de familiaridad pero se rompe y rehace continuamente dejando siempre un saldo de confusión a su paso, una pista que quiero seguir pero se me termina escapando. Es como si la memoria aprovechara el silencio del ego para irrespetar la exactitud; para acuerpar con más libertad esos fotones bioluminiscentes generados continuamente por la retina. A ese “dark noise” y a ese ruido ambiente de la noche se avalanchan superponiéndose continua y difusamente, imágenes, texturas y sonidos que en otro contexto no podrían desfilar por la consciencia. Desafían si se quiere, mi capacidad de otorgar sentido, de interpretar.

 

Pero más bien pareciera que lo que sucede en el sueño es que la memoria se vuelve mucho más porosa para permitir la entrada del futuro, de lo posible. El pasado se granula para que se filtren las posibilidades del futuro con mínima resistencia. Se mantiene cierto bosquejo de las apariencias ya conocidas, cierto molde, pero se multiplican sus posibilidades. Y de ahí el tinte de futuro que tiene la palabra “soñar” en el idioma coloquial. Porque esa ambigüedad presentada muchas personas tienen la capacidad de interpretarla o visualizarla como realidad lograble, tal como Constantino y su sueño de la cruz. Una ambigüedad soñada que transformó para siempre la historia occidental.

 

El problema es que, en ocasiones, si el caudal del futuro es muy fuerte, la distorsión del pasado puede ser muy severa y la persona ingresa en el fenómeno de lo surreal o de la esquizofrenia.  Aquí ya la armonía entre pasado, presente y futuro se desbalanceó hacia el futuro, hacia lo posible y el sujeto vive en un mundo totalmente desconocido para los demás. Un mundo imaginario. El que alucina perdió entonces una gran parte de su pasado. Se destruyó el andamiaje que lo anclaba al presente. Confirmamos así que la cordura requiere implícitamente retener mucho del pasado en el presente. El sujeto esquizofrénico está tan maleable a la posibilidad que en ocasiones su mismo cuerpo lo manifiesta como catatonia, siendo el explorador la personificación de ese futuro al que ya se entregó por completo. Él es tan maleable como su presente. Ese hiperflujo del futuro se manifiesta además como hiperactividad metabólica, que se agota por ende tempranamente y ocasiona muerte cardiovascular prematura. Fallece por así decirlo, de cansancio.

 

Contrario es el sujeto que se deprime, cuyo pasado se volvió tan hermético que ya no permite el influjo de lo nuevo. La balanza se inclina por completo al pasado y el sujeto pierde la percepción del futuro. Se acabó la esperanza, ya nada puede cambiar. Se cierra progresivamente al encanto de lo posible, al que no quiere dejar pasar ni en sus sueños y en consecuencia no puede (o no quiere más bien) dormir. Sufre de insomnio crónico. El sujeto quedó detenido en el tiempo y la única salida a ese limbo es la aniquilación completa de su pasado, de lo vivido; su consciencia solo revolotea alrededor de la muerte al no ver otro cielo a donde volar.  Esta resistencia al futuro, a la corriente de la vida, se manifiesta especularmente en resistencia al fluido material que lo mantiene vivo; es decir, presenta un incremento de la resistencia al flujo sanguíneo que se traduce en hipertensión arterial y muerte prematura. De la misma forma, ese anclaje obsesivo al pasado, a la materia, lo expresa su cuerpo como obesidad. E intenta paralelamente la autoconservación de su propia materia, de su cuerpo, en sal, llevando a edema e insuficiencia cardíaca. Los despierta de pronto su cuerpo en la noche pidiéndoles un soplo de aire vital, un viraje de la terca conservación a la emocionante novedad. Este hipoflujo de lo vital, este futuro cuyo caudal se redujo a riachuelo, lo materializa como hipoactividad metabólica que lo conduce a diabetes e hipotiroidismo. Y toda esta combinación de factores en ocasiones termina por oponerse crónicamente al flujo de aire fresco que inhala cuando duerme, provocándole apnea obstructiva del sueño, un nombre apropiado también para la patología espiritual que padece. Su cuerpo con disnea refleja su espíritu exigiéndole vida. Que sueñe nuevas posibilidades y se vuelva un desertor de su pasado. Que intente imponerse y triunfar sobre esa letargia del alma.

 

Analizando estos dos pacientes deducimos que el antónimo de la desesperanza es por lo tanto la alucinación. El antónimo de la alucinación NO puede ser entonces “lo real”. Lo anterior deja en evidencia que siempre hay algo de alucinatorio en lo real. Siempre hay algo de sueño y mito que se vierte (o debería vertirse) en la vigilia, aunque sea imperceptible. Lo real requiere así de lo imaginativo para estar equilibrada. La realidad plena requiere de ese aire artístico freso para mantenerse eupneica.

 

Esa parte imaginativa innegable de la realidad se ha querido pensar que falsea de alguna forma lo real. Que lo real está más en la materia que veo que en los mundos que imagino. Este dogmatismo puede atrofiar el órgano imaginativo, lo cual conlleva a una sobreestimación de la materia y como hemos dicho, esta última no es más que el registro tangible de lo que ha sucedido: el pasado. Una sociedad que exalta así su pasado se enlentece en el tiempo y sus ciudadanos tienden progresivamente a la depresión, la obesidad y la hipertensión. La carga de tanto pasado les hernia la columna y les duele caminar. Se inmovilizan paulatinamente. Sus jerarquías se mantienen siempre iguales, sus aparatos motores se anquilosan y la desesperanza los invade por todos sus poros. Son ateos o creen en el apocalipsis.

 

Como tercer caso está el amnésico, el que no recuerda cómo moverse en la vida, cómo interactuar en su ambiente familiar. En él su presente se balancea groseramente entre pasado y futuro, de forma que, o alucina o tiene momentos de desesperanzada lucidez. Una especie de delirium. Los flujos de pasado y futuro no se acoplan, van cada uno por su lado. De alguno forma lo que perdió fue su presente, lo cotidiano. Y esta asimetría de flujo temporal la manifiesta el paciente en su actitud para movilizarse, que empieza a perder gracia y armonía. Se instaura así un trastorno de la marcha. La cronificación de este desacople temporal es la demencia. En algunos casos esta disrritmia para desplazarse por la vida la expresa su corazón, que empieza a palpitar caóticamente en fibrilación atrial.

 

En resumen, el esquizofrénico olvida su pasado, el depresivo olvida su futuro y el demenciado olvida su presente. Los 3 de alguna forma evidencian una disconformidad con lo vivido.

 

Quién vive en el presente en cambio, sabe tejer las tres hebras del tiempo en un armonioso bordado y obtiene la destreza para exprimirle a cualquiera de sus momentos un zumo estético. Es un auténtico meditador. No es esclavo del futuro ni del pasado, sino que vive en una coalición justa de los dos. La tarea por supuesto no es fácil pero la recompensa la llaman serenidad o ataraxia. Y una sociedad serena valora su pasado pero también es capaz de intuir que un mundo mejor siempre es posible y logra así caminar firme y segura hacia él. Su expertiz se vuelve evolucionar.

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